Cuando eres niña

Cuando eres niña

Este es la historia de la ganadora del segundo lugar en el concurso de ¡Hazle al cuento!

Cuando eres niña te dicen que el amor es cosa de adultos, que no lo trates de entender, que te esperes unos cuantos añitos más. Te lo dicen porque ellos ya despertaron del sueño de la infancia y de verdad están convencidos de que el amor es una cosa complicada y que se aprende con el tiempo a lidiar con él. Yo podré ser nada más una niña con un sueño y una opinión, puede que yo no tenga la razón y que mi imaginación sea la que me engaña y me lleva a decir que estoy total y completamente en desacuerdo, pero me acuerdo de un amor que tuve mucho antes de que pudiera hacer grandes sumas, antes de que pudiera contar hasta cien.

Sin saber escribir como se debe y a duras penas leer, me acuerdo de un beso en la mejilla y de dos manitas entrelazadas. Sin darme cuenta, la memoria me lleva a un lugar en donde el amor no era nada más que un juego como la rayuela o el avioncito, un juego entre dos.

Un mediodía de primavera, estaban dos niños sentados en una banquita, con sus pies bailando en el aire porque no alcanzaban el suelo, cada uno en un extremo. Ella traía su vestido favorito: uno de flores amarillas y naranjas con un listón que acababa en un moño en la espalda. Estaba sentada ahí, peinando los chinos de su muñeca con sus deditos. Ella misma traía dos coletitas que rebotaban al compás del viento y dos zapatitos rojos que brillaban a la luz del sol. Era una niña tímida. No hablaba demasiado ni jugaba con nadie, más que con su muñeca. Siempre había sido igual. Ella no se sentía solitaria ni mucho menos, la compañía de esa mejor amiga que la escuchaba sin interrumpir y guardaba todos sus secretos, era suficiente para tomar el té en sus tacitas cada tarde.

En el otro extremo de la banca estaba sentado un niño no tan distinto a ella. Él también estaba solito, sin jugar con sus coches de carreras ni con la pelota que le había regalado su mamá. Hoy no. Hoy estaba sentado en esa misma banquita, aún con su uniforme azul de la guardería, observando su manita que sostenía una flor tan sólo visible de cerca, pequeña e inocente.
Sus pétalos blancos giraban de un lado para el otro cuando el niño friccionaba el tallo como molinillo. Se quedó viendo las vueltas de la flor y después de pensarlo un buen rato y llenarse de valor, volteó a ver a la niña que estaba del otro lado de la banquita y rápidamente volvió a bajar la mirada.
Cada rato, el niño volteaba a ver a la niña y su muñeca y volvía a girar su cabeza con miedo a que la niña se diera cuenta antes de tiempo; esto tenía que ser una sorpresa. Cada vez que el niño retiraba su mirada, la niña, sintiéndose admirada, volteaba la cabeza para ver quién era el mirón que la estaba estudiando tan secretamente. De lo que no se daba cuenta es de que, poco a poquito, el niño se le iba acercando para verla más de cerca.
Así pasó un rato. El niño se acercaba un poco más, un poco más, un poco más? hasta que estuvo lo suficientemente cerca para extender la mano y ofrecerle esa pequeña flor blanca con la que hace ya rato jugaba. Sin decir una palabra ninguno de los dos, la niña sentó cuidadosamente a su muñeca y aceptó la flor con una ingenua curiosidad hacia la atención del niño. Se quedó mirando a la flor y, sin imaginárselo siquiera, el niño le robó un beso en su mejilla; ella se volteó bruscamente hacia el otro lado mientras esbozaba una sonrisa y un color rojo intenso inundaba su cara.
Después de pensarlo un rato, ambos voltearon a verse las caritas, que ahora lucían sonrientes, y el silencio que se había mantenido por tanto tiempo se rompió con una dulce vocecita, chiquitita, que decía “hola”.

Daniela Guerrero Ramírez
Edad: 14 años
México, DF

Relacionadas